lunes, 21 de diciembre de 2009

Dark side of the wall


Estuve un poco ocupado en los últimos días y falto de ganas de escribir, pero no quise dejar pasar más tiempo para esto.
Habrán notado ya mi afición a las fechas, en especial a los sucesos destacados. Quisiera, si me permiten, hacer otro tanto en esta ocasión.
Quizá a muchos el 30 de noviembre de 1979 sea una fecha como puede ser 25 de abril de 1935 o 6 de agosto de 1456, una fecha cualquiera. Pero para quienes conocen un poco más del tema estarán al tanto que recientemente se cumplieron 30 años de la publicación de uno de los mejores álbumes jamás compuestos, una obra maestra de la música como hacia mucho no se veía (y se verá): la publicación de The Wall. Poco antes de la ruptura definitiva con Roger Waters, bajista, vocalista y principal compositor de la banda, Pink Floyd nos daba uno de sus mejores trabajos. No me atrevo a decir que este disco es comparable con Dark side of the moon, no porque uno sea mejor que otro, sino porque fueron compuestos en períodos completamente distintos: mientras que dark side... fue producto de un trabajo conjunto de los cuatro integrantes del grupo, the wall es una opera-rock concebida, compuesta y producida exclusivamente por Waters, salvo por cuatro canciones que cocompuso con David Gilmour y Bob Ezrin.
No quiero extenderme demasiado en la historia de la banda, los que la conocen no lo necesitan, y los que no la conocen se aburrirán. Como dijo Voltaire, el secreto de ser aburrido consiste en decirlo todo. Vayamos pues, al grano.

¿Qué es "the wall", qué quiso expresar Waters en una obra cuya puesta en escena implicó miles de dólares y la pérdida de otros tantos? la idea de pared, de muro, nos remite a una separación. Una pared que divide un lugar en dos, o que separa a un lugar de otro. La trama en sí parece sencilla, pero como toda buena historia, esconde bajo su superficie una maraña de reflexiones sobre ciertos temas que fueron constantes en Waters: Pink, un músico de éxito, cae en una depresión producto de lo que el considera una vida vacía de sentido. La fama y el dinero no son suficientes para evitar que haga un balance entre su pasado y su presente: una madre sobre protectora, su padre muerto en la guerra, un maestro golpeador, el hecho de que su novia lo engañe... todo ello desemboca en un brote de locura que lleva a Pink a destruir su apartamento, raparse la cabeza (toda la cabeza, no solo el cuero cabelludo) y tener alucinaciones. Mientras esto ocurre en el exterior, en el interior de su atormentada psique se desarrolla una idea constante: la de un "muro" que lo aísla del resto de la gente, de los peligros y las miserias que lo acosan. Pink construye un muro que le permita resguardarse de lo que considera una sociedad hipócrita, violenta, vacía de sentido.
La historia (que se puede apreciar mejor en la versión fílmica de Alan Parker de 1982) es rica en símbolos y metáforas, y constituye una cruda reflexión de las obsesiones de Waters: la guerra, la locura, el amor, la cultura de consumo, la fama, la soledad, el sentido de la existencia. Por supuesto que el incluir este tipo de conceptos en las composiciones no era algo novedoso; Pink Floyd se caracterizaba desde hacia tiempo por combinar una música compleja y elaborada, de capas de exquisitos sonidos, con letras que transpiraban filosofía y experimentación lírica.
Es interesante asimismo el conflicto que mantiene Pink consigo mismo. Esto queda plasmado en el último tema del primer disco y el primero del segundo, good bye cruel world y Hey, you respectivamente. Mientras que el primero tiene una melodía tranquila, triste y de despedida (there’s nothing you can say to make me change my mind… good bye), el segundo surge como una respuesta a esa despedida tan desoladora, un pedido de auxilio, un aliento a seguir ( hey you, out there beyond the wall, breaking bottles in the hall, can you help me?; hey you, don’t tell me there’s not hop at all) pero al mismo tiempo dejando a la vista cierto pesimismo (but it’s only fantasy, the wall was too high as you can see). "Hey, you" es sin duda una de las mejores piezas de la obra. Toda la segunda parte de la obra se centra en el conflicto entre las alucinaciones de Pink (el muro que lo separa del resto del mundo) y un deseo por salir, al reconocer el error que comete al apartarse de esa manera de quienes lo quieren. El “juicio” imaginario al que se somete es un ejercicio de mea culpa donde vuelve a hacer un balance de su vida y se reconoce como el único culpable de su condición actual, forzándose a destruir la pared para no quedarse solo. Ha comprendido que la soledad es aun peor que los males de los que buscaba huir.


Hasta acá, creo yo, una lectura de "The wall" en tanto obra conceptual. Falta consignar cómo llegó a mí y cómo influyó en la conformación de mi forma de ser, de ver el mundo y de ver a la gente.
Conocí a Pink Floyd como conocí a casi todo lo que leo, escucho, veo o creo, por mi viejo. Todavía me recuerdo escuchando entre asustado y deslumbrado Shine on you crazy diamond (part 1-5), Pigs (three different ones) y la que sigue siendo una de mis favoritas, Wish you were here. Con todo, creo que el disco que más me impresionó en esos años tempranos y es todavía mi favorito ha sido el que vengo analizando. Aun sin conocer yo el idioma inglés estaba hechizado por el vitalismo la fuerza de la música que hacían esos hombres de quienes ignoraba hasta el nombre y solo sabía el del grupo que habían formado. Otra vez, estando mi papá fuera de casa o en otro lado, encontré la película. La reconocí en ese momento por haber visto la caja en otras ocasiones. No se trataba de una edición subtitulada ni doblada, sino de una versión original hecha para un público angloparlante. Mi papá, decía, me había dicho que no la viera, por considerarla mi madre demasiado “violenta”. La curiosidad pudo más en aquella ocasión, que supe única y de difícil repetición, así que abrí la caja y puse el cassete en la video, ansioso de encontrar la causa de tan extraña restricción.
Lo que me quedó de esa primera vez (por supuesto sin entender una palabra de lo que decían los personajes) fue cierta atracción por lo que yo llamé en ese momento “dibujos animados”, que en toda su violenta genialidad me parecieron atractivos y que más tarde supe eran alucinaciones. Ni hablar de la escena donde Pink se cree atacado en su apartamento por un monstruo cargado de simbolismo sexual, proyección de su novia adúltera: fue para mí un número de magia. Hay, sin embargo, otra escena que conservo, no se ya si de esa primera vez o de revisiones posteriores, a distintas edades, ya con otras perspectivas. Se trata del segmento que ilustra la canción más difundida del grupo, tanto que (según testimonios de Maria Kodama) llegó a gustar al mismo Borges: Another brick in the wall (pt. 2), aquella donde Waters/Pink atacan al sistema de educación tradicional inglés. Ver la escena de la máquina donde chicos de una edad cercana a la que tenía yo en ese momento eran primero uniformados y enmascarados para después ser arrojados a una picadora de carne me impresionó. Habrá sido la que me brindó la primera concepción que tuve yo de la pared. Cuando mi papá me tradujo la canción pude entender un poco mejor la idea del video. Solo que en ese momento hice una lectura equivocada de lo que era el muro. Ya lo dije, esta es una obra muy densa en cuanto contenido simbólico, no complicada en cuanto hilo argumental, pero rica en reflexiones. Yo en ese momento entendí lo que me pareció correcto. La frase que se repetía constantemente (all in all you’re just another brick in the wall) me dio el pie. La pared, entonces, era “el sistema”. Era el Sistema que buscaba convertirnos en carne picada, en ladrillos, en ser uno más. A partir de ese momento nació en mí un deseo de individualidad, de rebelión al conformismo, a lo establecido y a cualquier cosa que se considerara políticamente correcto. Análisis que sin ser incorrecto no era el que Waters buscaba transmitir. Ignoraba entonces el precio que debía pagar si estaba dispuesto a seguir mi propio camino.
El tiempo fue pasando, y yo sin saberlo fui construyendo mi propia pared. Asqueado de los malestares a los que debía enfrentarme en la vida diaria, escapé hacia otro lugar que conocí (también) por mi padre, y que no me va a alcanzar la vida para agradecerle por haberme abierto las puertas de tan grandioso lugar: el universo literario, del cual me enamoré y al que vuelvo siempre que necesito y quiero. Las horas que pasé leyendo son incontables. Saqué de esto dos cosas: conocimientos que para la mayoría de mis condiscípulos del colegio y amigos eran desconocidos y el desprecio de muchos de ellos. Semejante a lo que había sucedido con Pink, yo era en gran parte responsable por mis actitudes a menudo despectivas hacia ellos, a quienes criticaba por su ignorancia. Las cosas así cayeron en un círculo vicioso: ellos me agredían por mis aires de falsa grandeza, y yo en respuesta me encerraba aun más en las mentiras de otros.
Me tomó mucho tiempo entender finalmente el mensaje que Waters quiso transmitir en su mágnum opus, mensaje resumido en una frase que garabateo en su cerdo que estuvo presente la noche del 18 de marzo de 2007, cuando se presentó en el estadio de River: el miedo construye paredes. Eso era lo que yo había estado haciendo. Pero aun con todo, puedo decir que no me arrepiento. No me arrepiento porque fue gracias a todo eso que soy quien soy, y por supuesto, me siento orgulloso de ello. La pared no esta del todo destruida: aun quedan unos cuantos ladrillos por destruir. Solo que sé que hay alguien ahí afuera, que puede ayudarme. Lo importante, en todo caso, es seguir el propio camino, pero cuando las cosas salen mal, no construir paredes. Tarde o temprano acabamos por darnos cuenta que la soledad que creemos segura es más atroz que aquello de lo que queríamos escapar.


Contra todos los males de este mundo



Se me esta haciendo una mala costumbre esto de escribir no ficción. Eso sí, tengo que reconocer que es mejor que directamente no escribir, sirve (parafaseando a García Márquez) como disciplina para mantener el brazo caliente.
Después de un largo largo tiempo retomo temáticas de ribetes socio-politicos. Se trata en este caso de ciertas declaraciones del flamante ministro de Educación porteño, Abel Posse. Más allá de residir en una zona que escapa a su jurisdicción y por ello no deberia preocuparme, no me alarma tanto el hecho (predecible por cierto) que Macri lo haya integrado a su gabinete si no las opiniones que dio al ser entrevistado por Página/12 el domingo pasado (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-136915-2009-12-13.html ). En aquella ocasion, además de negar punto por punto todas las preguntas que le hizo el periodista basadas en escritos del propio ministro argumentando basicamente que lo sacaron de contexto, emitió cierto juicio sobre la juventud y el rock que uno no sabe qué pensar. Les dejo juzgar a ustedes mismos:

Usted sostiene que “el rock estupidiza a los jóvenes”.

–Yo tengo una opinión del tango y del rock. Siempre el rock a mí, y a mi generación, le pareció un hecho muy foráneo y que estaba ligado a una cosa que no era muy saludable. Fue la fuente y el origen de una forma juvenil que fue terminando muy mal. Eso es lo que yo pienso.

–Entonces, ¿va a mantener el programa “Vamos las bandas”, del Ministerio de Educación porteño?

–No, ¿cómo voy a suspender las bandas? Eso es un hecho social.

–¿Y el programa educativo?

–No sé, no llegamos a eso. Voy a mantener todo lo que haya que mantener y de lo que la gente vive. Puedo estar en contra del fast food y no por eso voy a cerrar los McDonald’s.


¿Qué hacer frente a este tipo de declaraciones? por un lado causan gracia, hace reir que 40 años después haya gente que siga sosteniendo este tipo de puntos de vista con argumentos tan cavernicolas. Pero también estremece saber que alguien con semejante pensamiento está a cargo de la educación y la cultura en la ciudad de Buenos Aires. Pertenezco a una generación que es hija de aquella otra, la generación que soño con un mundo mejor, ideal por el cual muchos murieron de la peores formas posibles. Que este gorilón tenga el tupé de decir algo semejante revela un desprecio y un asco por todo lo que el rock (junto con la música clásica, el jazz y el metal, una de las mejores ramas musicales que tuvo a bien crear el hombre) implica no solo como música si no como movimiento cultural, representa un desprecio a todo lo que ha significado para nosotros. En los años de la dictadura cuando la gente desaparecia en las noches y pretendian tapar los gritos de torturados con las radios, Seru Giran cantaba en clave de metáforas lo que pasaba en el país. En los 80, probablemente la época de oro del rock nacional, tuvimos una apertura impresionante que significo un respiro para muchos, una ventana a algo que hasta entonces estaba casi olvidado: cosas como salir tranquilo de noche sin que te paren los milicos pidiendote el DNI, ir a un recital y volver tranquilo. Los 90 fueron retratados en un disco de Divididos de modo insuperable: la era de la boludez. Y ya entrando a este siglo, el rock sigue dando muestras de que tiene pilas para rato. Frente a todo esto, el señor Posse se planta y dice que el rock corrompe a los jovenes, los lleva a una forma de vida que "termina mal". ¿A qué se refiere? ¿Acaso habla de la drogadicción, del consumo de alcohol, de un estilo de vida licencioso y sin limites? eso ha existido desde hace siglos, el marqués de Sade es un buen ejemplo, y persiste aun hoy sin que el rock tenga nada que ver en el asunto. Los que terminan vomitando en una esquina con más alcohol que sangre en las venas no escuchan necesariamente Calamaro, Las Pelotas o Guasones. Acusar al rock de fomentar ese tipo de conductas es, vuelvo a repetir, una total falta de ubicuidad.
Pertenecemos, es cierto, a una generación que no ha hecho del rock su música de cabecera. Más de uno se lamenta al comparar cómo hemos pasado de escuchar Pescado Rabioso, Alas, Pink Floyd o Led Zeppelin a escuchar Don Omar, Daddy Yankee o Wisin y Yandel. Existe, por suerte, gente que disfruta aun con otros estilos musicales más escuchables (en el sentido de que el reggaeton es más bailable que escuchable). Que no decaiga, entonces, por nosotros y por quienes nos precedieron, alzemos a coro las voces y cantemos, con el mismo orgullo con que pretendieron que cantaramos el himno, las obras maestras de nuestras bandas favoritas. Cantemos con el Indio, con Luca, con Charly, con el Pity, con Titu Soto, con el Flaco Spinetta, en fin, cantemos con todos ellos lo que sabemos, que el rock no va a morir nunca, que ladra... y muerde.

VIVA EL ROCK

sábado, 12 de diciembre de 2009

Arte y vida

Un artista nunca ve las cosas como son,
si lo hiciera dejaría de ser artista.


Oscar Wilde

“¿Qué es el arte?” se preguntó Leon Tolstoi a fines del siglo XIX. La respuesta que dio a su propia pregunta fue un extenso estudio en el que volcó sus opiniones, sus obsesiones, sus respuestas. Lo que sigue no pretende ser desde ya un estudio profundo o un ensayo complejo sobre el tema (que por el momento quedará como una deuda de mi parte) sino una serie de impresiones y reflexiones que me rondan en la cabeza, en parte para compartirlas y en parte para que me dejen en paz.
Qué es el arte, entonces. Salta a la vista que no es una pregunta fácil de contestar. Es algo similar a lo que nos ocurre con las preguntas de los chiquitos: sabemos qué es algo, pero somos incapaces de explicarlo. En tales casos se adjudica ese conocimiento al sentido común: “son cosas que se saben”. Pero dudo que haya una sola persona capaz de darme una respuesta satisfactoria. Y esto es así por la sencilla razón de que no existe una respuesta única. Esbocemos algunas posibles definiciones.
Desde ya, el arte es catarsis. La catarsis (para quienes no estén familiarizados con el vocablo) es una palabra de origen griego que quiere decir liberación. Se la usa en diversos ámbitos, por ejemplo la química, cuando hablamos de “catalizadores”. El arte, entonces, tiene una función catártica. El arte es catarsis, es liberación. ¿Liberación de qué? Eso variará según el artista. Obsesiones, pesadillas, sueños, deseos, frustraciones… el arte es lo que nos permite expresar esas sensaciones que tanto (dis)placer nos provocan. ¿Qué vemos cuando vemos el genial Guernica de Picasso, sino es el dolor, la desesperación, el vacío que deja la muerte, la búsqueda de respuestas, de un por qué, reflejado todo eso en el llanto de una madre con su niño en brazos, un brazo sin cuerpo, un alma en pena? ¿Qué dolores exorcizó Oscar Wilde en su Balada de la cárcel de Reading, en esos dos años de encierro? El arte, en conclusión, es (o puede ser) liberación.
El arte también puede ser (y esta es ya una definición menos atractiva) un instrumento para retratar la realidad inmediata. Prueba de ello puede observarse en, por ejemplo, las corrientes literarias naturalistas de fines del siglo XIX, donde nos encontramos con descripciones exhaustivas sobre los lugares, los personajes, la ropa que usaban, etc., detalles que si bien en su momento cumplían una función de ubicuidad, en la actualidad resultan, salvo excepciones, mortalmente aburridas. En el terreno de la pintura encontramos intenciones similares en el movimiento neoclasicista, que intentó retomar los cánones del Renacimiento.
Para el filósofo prusiano Friedrich Nietzsche, el arte es la esencia misma de la vida. Llegó a escribir lo que podríamos considerar una de las verdades más ciertas de la filosofía: “la vida sin música seria un error”.
Nutrido de las tradiciones greco-latinas, Oscar Wilde dio un paso más adelante y despojó al arte de toda sujeción ética o moral. “Una obra no es moral o inmoral, está bien o mal escrita, eso es todo” afirma en el prefacio de su inmortal El retrato de Dorian Gray. El arte, entonces, está más allá de la ética y la moral, del bien y del mal, cuestiones estas impuestas por los hombres.
Esto era, al menos hasta el siglo pasado, el arte. Reformulemos la pregunta entonces: ¿Qué es el arte hoy?
Probablemente cada vez que hayan leído esa pregunta se les haya venido a la mente la consabida respuesta: cagarte de frío. De ser así permítanme decirles (sin ningún ápice de gracia) que están en lo correcto: el arte, hoy, es cagarte de frío.
En efecto, nos basta con ver la realidad cotidiana para preguntarnos donde quedaron todas aquellas maravillosas expresiones artísticas del siglo pasado, siglo que tantas revoluciones en tantos ámbitos nos dio, el siglo del dadá, el surrealismo, el realismo mágico, el jazz, el rock, el metal, el cine... ¿qué ha ocurrido con todo eso? Pues que sobre todo ello, sobre toda esa ola de cultura nueva, de renovación y experimentación, se impuso un nuevo modelo, atroz, voraz, grande y terrible como el Mago de Oz: la cultura de consumo. En 1953 (sepan perdonar ustedes que me remita casi siempre a la literatura, pero es la expresión artística que mejor manejo) Ray Bradbury publicó una novela que se haría un clásico: Fahrenheit 451. La que en su momento pareció otra obra de ciencia ficción (género muy en boga por esos años) hoy parece casi un libro profético: nos describe una sociedad futurista donde la gente vive en casas ultramodernas y son adictos a la televisión. La gente es ingenuamente feliz, no tiene mayores preocupaciones que las propias y no piensa demasiado. ¿Qué ha pasado con los libros? Pues que el gobierno ha prohibido su lectura. Cualquier libro debe ser quemado. De eso se encargan (paradójicamente) los bomberos. Saquemos los tintes apocalípticos: nos queda una obra más realista que fantástica.
El arte está devaluado, me dicen. Y es cierto. Hoy decir arte no nos remite ya a esas grandiosas pinturas, esas canciones que nos conmovieron con sus letras y nos estremecieron con sus melodías, esas novelas y cuentos que nos revelaron otra forma de ver las cosas, que nos reinventaron; hoy decir arte nos remite al colegio, a plástica, a carpeta gigante tamaño oficio que resulta insoportablemente incómoda para llevar y traer, a una nota en un boletín, al dibujo que pidió la profesora. Hoy el ser un estudioso de las bellas artes no es ya sinónimo de saber apreciar la belleza y de la libertad, es sinónimo de profesor de escuela mediocre o lisa y llanamente alguien que no tiene nada que hacer y se dedica a meditar en el éter.
Necesitamos devolver al arte al lugar que le corresponde. No como pasatiempo, no como recreación, no como atracción circense, sino como lo que es: el más poderoso acto de libertad, de rebelión, de inconformidad, de búsqueda de la belleza y el placer, el placer de leer a Henry Miller, escuchar a Charlie Parker, quedarse horas frente a un Goya intentando adivinar qué asoma entre las sombras. En suma, que el arte deje de ser cagarse de frío y sea lo que nunca dejó de ser: vida.

Torre y rosa

A Stephen King



Un campo de rosas escarlata. De todas ellas se desprende, a la vez de un delicioso y suave perfume, un extraño coro de voces. De cada una de las rosas, abiertas de cara al cielo, extraños coros de voces se dejan oír en medio de la calma. Sobre el cielo, las nubes toman formas extrañas, como si alguna especie de corriente las confluyera hacia un punto en particular: la Torre Oscura.
Se levanta en un inmenso e infinito espiral hacia el cielo, en el centro del campo de rosas. Es negra, y tiene pequeñas ventanas y un balcón en la más alta. Son exactamente diecinueve ventanas. Y en la más alta de ellas, la que da al balcón...un hombre asoma por ella. Un hombre negro, tan negro como la misma torre, que apenas puede verse desde abajo. Es el Rey Carmesí, quien enloqueció y fue encerrado en la torre maldita, la torre que sostiene los haces que resguardan al Mundo Medio, más bien al Universo entero.
Un hombre avejentado la contempla en toda su inmensidad. Viste unas botas de cuero sin curtir, unos gastados jeans, y una también arruinada camisa. Tiene unos ojos muy bellos, de color azul claro. Pero en ellos no hay alegría. No se ve el brillo que indica vida, espíritu. Ese brillo hace tiempo ha desaparecido.
En su rostro puede leerse su historia, los kilómetros que ha recorrido, las personas a quienes amó y que perdió en el camino. Recuerda Gilead, recuerda el desierto, recuerda la playa, recuerda los bosques, recuerda Lud, el demencial viaje a través de las tierras baldías a bordo de Blaine el monorraíl, y cómo fue finalmente vencido en su propio juego. Recuerda Kansas, el palacio de esmeralda, el encuentro con él, con Walter, el Hombre de negro... recuerda su fuga... recuerda el Calla, los lobos, recuerda la cueva, recuerda Nueva York... Lentamente, como en una película, por su mente pasan rápidos pantallazos del extensísimo camino recorrido. Y ríe. El pistolero (que otra cosa no es) ríe. Pero calla casi de inmediato. Porque piensa. Y el pensar hace callar la risa.
Piensa en su madre, en Curth, en Allain, en Rea, en Susan.
Piensa en Eddie, en Susannah... pero sobre todo, piensa en él, en el muchacho, en Jake.
Las palabras del chico le resuenan una y otra vez en su cabeza, quitándole el sueño en la noche y la cordura en el día.
"Ve, pues, hay otros mundos aparte de éste".
Ve al chico caer por el abismo. Y lo ve, casi al mismo tiempo, ser arrollado por la camioneta, empujando al escritor a un lado de la carretera, entregando su vida por la del otro.
"Hay otros mundos aparte de éste".
Y una lágrima, solitaria y azul como su mirada, nace en su ojo y muere en su reseca boca.

Con leve dificultad, levanta la vista. La Torre. La maldita torre. Durante años la buscó, arriesgando por ella su vida y la de sus amigos, muchos de ellos ya muertos, por algo de lo que no estaba seguro que existía.
Pero ahí estaba. Y el hecho de haber llegado le daba una pequeña, ínfima satisfacción, de esas que se sabe que son poco pero que al menos son algo: la satisfacción de saber que todo lo vivido, las pérdidas sufridas, no fueron en vano. Los muertos ya podían dormir tranquilos, habían cumplido su parte en el juego, el gran juego del Ka, esa gran rueda que gira y gira por siempre, y que (como decía su maestro) podía llegar a aplastarte los sesos si te interponías en su camino. Habían llegado al claro al final de la senda. Si no por él, es al menos por ellos que debe hacerlo. Para terminar de una vez con todo aquello. Para darle fin a esa larga historia. Ríe brevemente otra vez. Y la risa le sale seca, quebrada. Claro, hace dos días que se terminó el agua. Nuevamente se calla. Mira hacia arriba. La inmensidad de la Torre le devuelve el gesto. A su alrededor, y a medida que avanza, las voces de las rosas aumentan más y más, haciéndose más fuertes. Algunas le suenan familiares.
Ya no siente temor, ya no siente lástima ni nostalgia. No sabe qué puede haber en el interior de la Torre. Pero sabe que debe hacerlo, como hasta entonces supo que tenía que llegar allí, al campo de rosas, a la Torre Oscura, al cuarto de la ventana más alta, la puerta 19.
Sube las escaleras sin prisa y sin pausa. El canto ahora es ya indisimulable. Sobre el horizonte, la puesta de sol crea un deslumbrante juego de luces, naranjas, azules y claroscuros. Toma las dos pistolas que su padre le diera antes de su partida de Gilead, y que lo acompañaron hasta donde está. Las deja en la puerta, algo le dice que donde sea que va, no va a necesitarlas.

Suspira. Muy largamente.



Entra.


Y con un sordo golpe, la puerta se cierra tras él.

Afuera, solo el cantar de las rosas, que de pronto cesa. El cantar de las rosas, de rojo escarlata. Y en el medio de ellas, inmensa, negra, en eterno espiral hacia el cielo, la Torre Oscura.




La niña del parque


Constituía una placentera costumbre el dar un paseo por la ciudad en las noches. Le gustaba la Buenos Aires nocturna, parecía como si la cubriera un manto de magia y misterio, como si descubriera una cara que permanece oculta durante el día a la desatenta mirada de sus estresados habitantes. Algo difícil de describir, pero que lo atraía sobremanera.
Fue una noche de invierno que caminaba ensimismado, absorto en sus pensamientos, por la calle Alem. Algunos colectivos y escasos autos y taxis pasaban velozmente sobre la avenida. El fresco aroma del rió que le llegaba por la cercanía del puerto lo abstraía aun más hacia su interior, como separándolo y apartándolo del mundo en el que se movía mecánicamente.
En un momento levantó la cabeza y se dio cuenta de que no estaba donde creía. Se puso algo nervioso y miró su reloj: 23:30. Apenas cinco minutos antes daba las 22:20. La fría brisa invernal le pasó por la cara, como burlándose de su desorientación. Procuró tranquilizarse y miró a su alrededor. El terreno estaba algo más elevado que la calle. Había unos bancos, unas estatuas y varios árboles. El terreno era extenso. Reconoció la estatua y supo entonces donde estaba. La escultura era de Ceres, estaba en el Parque Lezama. Suspiró aliviado, seguramente ensimismado como estaba no advirtió el camino recorrido.
Se sentó en un banco cercano y contempló el paisaje nocturno. Esa noche el cielo estaba despejado, y la luz de la luna se colaba entre las ramas de los árboles, que se agitaban al compás del viento. Un par de luces apenas alumbraban la calle, mientras que el parque estaba bañado en plata. Salvo alguna ocasional pareja escapándole al frío, ninguna persona pasaba por allí a esas horas. Todo era calma y tranquilidad.
Un sonido rompió entonces la calma reinante. Él no le prestó atención, supuso que seria el viento. El ruido volvió a escucharse. No se volteó, pero su corazón se detuvo un momento. Una tercera vez se repitió el ruido, pero más cerca. Parecían pasos, pasos ligeros, como cuando una rama u hoja seca se quiebra al ser aplastada. Entonces una voz quebró el silencio. Una voz infantil, una voz suave y aterciopelada. Solo dijo una palabra, pero esa palabra bastó para que el alma se le encogiera como un conejo asustado, en espera del cazador.
-Hola.
Se paró y miró en derredor. Una niña lo observaba. Tenía un pelo largo y negro como la misma noche, y una tez blanquísima. O tal vez fuera solo un efecto óptico causado por la luz lunar. Tenía también unos hermosos ojos azules, del mismo color del cielo. Estaba vestida con un vestido también blanco, purísimo como la nieve.
-¿Qué hace una nena de tu edad a esta hora en este lugar? ¿No sabias que es peligroso?
Nada contestó la infante. Lo observaba con curiosidad, como si por primera vez estuviera ante un adulto.
-¿cómo te llamás? decime al menos donde vivís así te llevo con tu mamá.
-mi mamá no está en mi casa.- contestó son su voz suave y dulce.
-tu papá entonces.
-tampoco.
-¿donde están?
-muertos. ¿Querés jugar conmigo?
Lo sorprendió la naturalidad con que hablaba la pequeña de semejante pérdida, y la siguiera de una propuesta tan inocente. Sintió una absurda sensación de temor.
-Bueno, pero ¿con quién vivís? me parece que mañana tendrías que ir a la escuela.
-no voy a la escuela.-lo dijo casi con alegría, como si estuviera feliz de no ir.
Un silencio sobrecogedor siguió al breve diálogo. El leve silbido del viento continuaba agitando suavemente las ramas de los árboles, moviendo también el vestido de la pequeña. A lo lejos, un perro ladraba. Parecía que el tiempo se hubiera detenido, solo para ellos. Ella solo lo observaba, mezcla de curiosidad y seriedad.
La niña tomó la palabra de nuevo.
-¿qué hacés vos acá? creo que está un poco frío para que andés solo. Te vas a resfriar.
Se sonrió, sorprendido de que fuera ella la que lo reprendía, y no al revés. Por cortesía, correspondía responder.
-Lo que pasa es que a mí me gusta dar un paseo por acá en las noches.
-¿por qué?
Gruñó en voz baja. Una vez que empezaban con esa pregunta, los chicos no paraban más, ora por curiosidad, ora porque sabían lo fastidioso que le resultaba a un adulto esa interminable cadena de cuestionamientos.
-porque es algo que me causa placer, hace mucho tiempo que lo hago.- y agregó, para evitar que su interlocutora siguiera -pero me parece que no tendrías que ser vos la que me interrogue a mí. Creo que debería ser al revés.
-La verdad nunca voy a entender a los adultos, haciendo esas preguntas tan complicadas para nada. Se dañan ellos mismos con eso.
La sorpresa con que lo tomó esa contestación le impidió replicar. El silencio volvió, pero esta vez de forma absoluta. Ya nada se oía en los alrededores. Ni el lejano ladrido del perro, el sonido del viento, los pasos de los escasos transeúntes...todo, todo se había acallado, dando lugar a un espantoso y sobrecogedor silencio. Un silencio que volvió a romper la pequeña.
-dale, ¿por qué no querés jugar conmigo?
Tomó una de sus nudosas manos, y él dio un respingo: el tacto de la niña era helado. No frío, helado, como si estuviera...
Le respondió con un tono falsamente amable, disimulando el temblor en su voz:
-porque soy una persona grande, y además estas no son horas para que andés paseando sola, es peligroso y...y...
La miró a los ojos. La niña le devolvió el gesto. El resplandor de la luna se reflejaba en esos ojos azules, dándoles un toque angelical... y a la vez siniestro. Sintió que su cuerpo se aflojaba, que perdía sus temores, sus preocupaciones. De pronto sintió ganas de quedarse, total ¿qué tenia que hacer al otro día? se relajó, y se dejó llevar por la pequeña, como hipnotizado.
La nena sonrió entonces.
-¿viste que ibas a venir conmigo? vení, acompañame.
Lo llevó lentamente hacia una zona oscura, entre unos tupidos arbustos, y juntos se hundieron en la oscuridad y el silencio de la noche.
Encontraron su cuerpo a la mañana siguiente, en un banco. Parecía como dormido. No era un pordiosero, no estaba mal vestido. Hasta tenía un reloj rolex, que se había parado a la medianoche. Al revisar sus bolsillos encontraron un dibujo que parecía hecho por un niño pequeño, en el cual se veía al tipo (o eso parecía) caminando de la mano con una niña por un bosque.
Una pequeña observa la escena desde atrás de un árbol.
Tiene pelo oscuro, piel muy blanca, y bellísimos ojos azules. Lleva un vestido de un blanco purísimo.

Sonríe.

Solo eso.

Y con la sonrisa en su boquita rojo escarlata, que contrasta con el blanco de su piel, se pierde en la espesura.

jueves, 19 de febrero de 2009

De "el fantasma de Canterville"

Allá lejos, pasando el pinar -respondió él en voz baja y soñadora-, hay un jardincito. La hierba crece en él alta y espesa; allí pueden verse las grandes estrellas blancas de la cicuta, allí el ruiseñor canta toda la noche. Canta toda la noche, y la luna de cristal helado deja caer su mirada y el tejo extiende sus brazos de gigante sobre los durmientes...

Oscar Wilde